Reforma fiscal: pobreza y tensión social

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Pop) Por Cándido Mercedes

Santo Domingo, R.D.

“… La confianza se desvaneció. Y la confianza es lo que cohesiona a una sociedad, al mercado y a las instituciones. Sin confianza, nada funciona. Sin confianza, el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece, transformándose en individuos a la defensiva que luchan por sobrevivir…”.

(Manuel Castells: Redes de Indignación y esperanza).

La triada de la desigualdad coexiste en el cuerpo social dominicano, es como una cohabitación que languidece los tejidos sociales en todos los intersticios.

Desigualdad de ingreso, de renta y de oportunidades caminan gravitando en la lánguida cohesión social que lejos de ampliarse se reduce, potencializándose los signos de mayor grado de tensión y malestar social.

Las tres desigualdades actúan concomitantemente en la pobreza.

Desde la ciencia económica, la pobreza es “toda carencia de bienes y servicios que produce miseria por la falta de ingresos para satisfacer las necesidades mínimas de subsistencia”.

Desde una mirada sociológica, la pobreza se puede definir como “condición en la que no se tiene acceso a aquellas cosas que son consideradas “básicas” o “normales” en una sociedad”.

En nuestra sociedad, categorialmente no se ha medido la pobreza desde nuestra formación social, sino el umbral o parámetro de organismos internacionales.

Verbigracia: Pobre: el que recibe el equivalente de dos dólares a 5 diario y Vulnerable: 5 a 10 dólares.

El Banco Mundial tipifica la pobreza monetaria como aquellos individuos que reciben menos de RD$5,666.00 pesos mensuales.

¡Aquellos que sobrepasan esa cifra no son pobres, Eureka!

Aquí, tanto la pobreza absoluta como relativa acusan un grado de profundidad muy alta.

La pobreza absoluta “se basa en la idea de subsistencia material, es decir, las condiciones básicas que deben cumplirse para llevar una existencia razonablemente saludable”.

Abundan Anthonny Giddens y Philip Sutton: “se considera que las personas que carecen de alimentos, vivienda y ropa suficientes viven en la pobreza absoluta.

La pobreza relativa está referida con el nivel general de vida de una sociedad”.

Lo importante para nuestra comprensión y compromiso es visualizar la pobreza desde la óptica y visión de la organización de la sociedad y no como hacen los apologistas del status quo, que la redimensionan desde la perspectiva individual, vale decir, asumen las actitudes culpabilizadoras al individuo.

Ellos, desde esa panorámica son víctimas. En gran medida, son los procesos sociales que crean condiciones de pobreza.

Cómo interactúan esas fuerzas estructurales que desencadenan el abismo en diferentes dimensiones de la vida social.

El shock pandémico produjo el shock económico y un déficit de RD$450,000 millones de pesos, esto es, 9% del PIB.

La pobreza monetaria creció de 21.5 a 24%. El desempleo ampliado de 12.5 a 15%.

La economía informal o subterránea pasó de 54 a 56%. Alrededor de 850,000 empleados fueron suspendidos y desvinculados.

Según el Ministerio de Educación Superior, como consecuencia de la pandemia, la deserción universitaria se montó en un astronómico 40%.

En la educación primaria y secundaria osciló entre 227 a 322 alumnos que dejaron la misma.

Esto es, entre un 12 a un 17%. Para América Latina y el Caribe, perdimos entre un año y un año y medio en la educación.

Un año y 7 meses después de la pandemia se espera una recuperación de la economía.

De 28 países medidos, crecerá en promedio 6.3 % en la región y nosotros 9.1 a 10. Aun así, el panorama no es para contar victoria abiertamente.

Hay nubarrones, gotas grises en el firmamento, tal como apunta el Banco Mundial en su más reciente informe Recobrar el crecimiento: Reconstruyendo economías dinámicas pos-Covid con restricciones presupuestarias. Esboza:

a) La recurrencia del virus y su potencial reactivación;

b) La contracción de la liquidez por frenar la inflación mundial;

c) La deuda pública: La ratio de la deuda pública creció, según el organismo crediticio mundial, en 15 puntos en los últimos 2 años, llegando a un promedio de: 75.8.

En nuestro país ronda el 70% del PIB con la deuda consolidada, esto es, incluyendo el déficit cuasi fiscal del Banco Central.

Lo gravoso, insistimos, no es el ratio de la deuda/PIB sino, el porcentaje de los ingresos tributarios que tenemos que erogar. De intereses: 32%. Saldo de la deuda: 43%.

En una reforma integral deberíamos vislumbrar el quid pro qud, la espina dorsal de la misma: los problemas estructurales del país. Tiene que implicar:

a) Aumentar los ingresos en medio de un espacio fiscal limitado;

b) Incrementar la eficiencia del gasto y redistribuir el gasto hacia áreas de mayor crecimiento o de mayor valor social, como nos diría el Banco Mundial.

No es gastar menos, es gastar más y mejor. ¡Esas transferencias representan más del 16 -22% del presupuesto!

La sociedad dominicana deberá empoderarse ante esta problemática acuciante, que ya casi nos desborda y puede desencadenar que los fundamentos macroeconómicos corran por el suelo.

Ha de existir una sinergia entre los actores sociales con una parte de los actores políticos, pues los hay que solo piensan en el 2024.

Su codicia, ambición y el egocentrismo hasta el paroxismo, lo llevan a ver el proceso como: estamos aquí, pero no estamos.

Hablamos para oírnos, pero no para transformar, para modificar, emendar.

La elite empresarial actúa como si los ojos solo le sirvieran para caminar. Solo miran lo coyuntural, sin coherencia y sin visión.

Es una reforma que, como dice el Banco Mundial, nos lleve a realizar inversiones inteligentes en infraestructura que repercutan en la competitividad, el crecimiento y la desigualdad.

Para el 2021, de 28 países evaluados, solo Chile (10.6), Panamá (9.9), Perú (11.3), Guyana (21), crecerán más que República Dominicana según el informe del Banco Mundial antes mencionado.

Para el 2022 y 2023 creceremos 4.9 y 4.9, respectivamente. Solo Panamá brillará más que nosotros en los próximos dos años.

En la conclusión del informe se expresa: “ALC atraviesa por un momento verdaderamente difícil. La COVID-19 se ha cobrado innumerables vidas y ha dejado secuelas que se traducen en un aumento de la pobreza, la pérdida de capital humano, el endeudamiento de las empresas y la sobrecarga de los presupuestos públicos. Y todavía estamos lejos de considerarnos fuera de peligro”.

Es desde esa visión que, como activista social, académico, consultor organizacional, llamamos a que sí hay que realizar la Reforma Fiscal, se apruebe en este año, empero, que su ejecución se lleve a cabo en el 2023.

El panorama mundial no nos ayuda como país como para abocarnos a la ejecución de una reforma para el 2022 cuando nos encontramos en una recuperación económica, donde no es saludable modificar figuras tributarias ni un peso para el colectivo social, que vio mermar sus ingresos y donde la confinación, que fracturó nuestra cotidianidad, ha generado una covidianidad que ha permeado una metamorfosis en nuestra forma de interactuación social.

Francis Fukuyama en su célebre libro La Gran Ruptura, nos decía “Es posible observar que, mientras las grandes instituciones políticas y económicas se han ido desarrollando a lo largo de un camino laico a largo plazo, la vida social ha sido mucho más cíclica.

Las normas sociales que funcionaron para un periodo histórico determinado se ven quebrados por el avance de la tecnología y la economía, y debe procurarse ponerlas al día si se quiere redefinir nuevas pautas adaptables a las condiciones modernas”.

Tenemos que graficar la reforma más allá de toda representación y de todo un programa político.

Es la necesidad de entender, como imagen y realidad, que hemos llegado a un punto de inflexión donde no podemos seguir navegando como si las olas del mar estuviesen tranquilas y como si ellas mismas seguirán sus vaivenes suaves, con huracanes y truenos, que retumban y que mueven los cimientos.

¡Otro es el camino, allí donde la esperanza no sea solo la mirada vacía en el horizonte!

Redacción
Author: Redacción

Medio digital de comunicación de República Dominicana

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